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LAS CABAÑUELAS: ¿CIENCIA O SABER POPULAR?

Por Pepe Buitrago Gutiérrez, el cabañuelo de Mula (Murcia)

Miembro de la quinta generación de cabañuelistas reconocidos desde que hay memoria (y papel para apuntarlo como el mejor de todos los tiempos en España).

 

INTRODUCCIÓN:

Desde los tiempos en que el hombre dejó de guarecerse en cuevas y comenzó a mirar al cielo con algo más que miedo, surgieron los primeros meteorólogos, que por aquel entonces se llamaban “pastores”, “agricultores” o simplemente “cabañuelos”. No tenían satélites, pero sí sabían que si las hormigas ¿pero que hormigas son? suben al monte en agosto, no es para ver el paisaje.

Hoy en día, a pesar del radar Doppler y de los superordenadores, seguimos sin saber si lloverá a las cinco o a las seis. Sin embargo, algunos aún se atreven a mirar por encima del hombro a quienes, como yo, llevamos más de medio siglo (66 años) interpretando lo que la naturaleza dice cuando parece que calla.

 

Ciencia es experiencia… ¿o era al revés?

Si con la experiencia se crea la ciencia, entonces vamos bien servidos. Porque no hay duda:

La lluvia es líquida.

El granizo es sólido.

Las nubes son gaseosas.

El viento es el aire en movimiento (¡y cuando viene de suegra, huracanado!).

La loma hace un monte, el monte una montaña, y la montaña una cordillera. Estamos hablando de geografía, y eso sin mirar Google Maps.

¿Y qué hay de la energía? Se transforma. Como se transforma el humor del cielo cuando le falta el respeto uno que, sin haber plantado ni un romero, se pone a dar predicciones como si le hablara la atmósfera en WhatsApp.

 

¿Qué hace falta para ser un buen cabañuelo?

No basta con tener buena vista y tiempo libre. Para ser un buen cabañuelista, hacen falta unas condiciones casi cósmicas. A saber:

Edad mínima recomendada: 50 años, con su correspondiente mochila de observaciones, otoños secos, veranos mudos y cigarras calladas.

Horas de vuelo rasante: no menos de 10.000, interpretando señales de lagartijas, silbidos del cierzo, reflejos del rocío y gallos que cantan en clave de sol.

 

Formación multidisciplinar:

Matemáticas (para saber cuántos días llevamos sin llover).

Física (por si las gotas caen con inercia).

Química (el olor a tierra mojada es una molécula real).

Geografía (lo dicho: la loma, el monte y la cordillera).

Gramática (para explicar sin faltas qué va a pasar).

Historia (porque cada septiembre tiene sus antecedentes).

Astrología, porque ya sabemos que cuando Saturno tose, la atmósfera estornuda.

 

Requisitos vitales:

Haber plantado al menos 25 pinos (si son de monte, mejor).

Tener más de dos hijos (que también ayudan a interpretar los silencios del cielo).

Haber recorrido miles de kilómetros, aunque sea a pie o en mula, siguiendo señales que solo aparecen cuando no miras el reloj.

Y tener una antena receptora de iones en lo alto del alma, para captar esa energía que no detecta ni el WiFi.

 

 

 

 

El cabañuelo verdadero tiene clase… o el clima se revuelve

Y por último, aunque no menos importante: para ser buen cabañuelo hay que tener clase, respeto y vergüenza torera. Porque si eres muy fresco y vas de sobrado, la atmósfera se mosquea y te monta una DANA en tu conciencia. Y ahí no hay paraguas que valga.

No somos brujos ni adivinos. No usamos bolas de cristal ni cartas del tarot. Usamos ojos, oído, paciencia y, sobre todo, respeto a una tradición milenaria que ha sobrevivido al paso del tiempo, a los satélites y a los tertulianos de plató.

 

CONCLUSIÓN:

¿Ciencia o saber popular? Tal vez ambas cosas.

Porque cuando la sabiduría se pasa de generación en generación, se pule con la experiencia y se afina con el tiempo, deja de ser simple costumbre y empieza a rozar lo científico.

Aunque, claro, sin bata blanca ni logaritmos. Solo con tierra en las botas y cielo en los ojos.

 

"Cómo reconocer a un verdadero cabañuelo"

(Guía básica para distinguir al sabio del oportunista)

Sombrero o gorra con solera

Ropa cómoda (pero con historia)

Bastón o vara de avellano (opcional pero honorable)

 

Herramientas de trabajo

Ojos bien abiertos (más que prismáticos)

Oídos finos (para oír grillos y gallos cantar antes del alba)

Cuaderno con notas (de los 70 o más antiguo)

Tierra bajo las uñas (no hay señal más clara)

 

Conocimientos acumulados

Nubes, vientos, fases lunares y hormigas en fila

Saber cuándo el sol “pica distinto”

Frases sabias como:

"Nubló por San Antón…"

"Si canta el sapo en seco, agua en seco viene…"

 

Currículum cabañuelista

Más de 50 años de observación (no sirve el máster online)

Haber plantado árboles, criado hijos y leído el cielo

Kilómetros recorridos detrás del clima

Experiencia con tormentas… y con políticos que prometen sol

 

Señales de falsos cabañuelos

Pronostican mirando el móvil

Usan términos como “nivel de humedad atmosférica convectiva sináptica” sin entenderlos

Nunca han pisado un bancal

Cambian su predicción según el parte del telediario

El saber popular no es una superstición. Nace de la observación paciente y continuada durante generaciones. Se cultiva cuando uno es capaz de interpretar con criterio el comportamiento de un número identificado de animales: mamíferos, aves, anfibios, roedores, incluso peces.

A lo largo de más de seis décadas, he tenido el privilegio de observar cómo, ante ciertos cambios atmosféricos, estos seres avisan con una precisión que muchas veces supera la de los métodos científicos tradicionales. Pero esta "lectura de la naturaleza" no se improvisa. Cada animal transmite su mensaje con una señal diferente. Y entenderlo es una herramienta extraordinaria.

Hoy, en pleno siglo XXI, siguen dando avisos. No son normales para esta época pasada, presente y futura. Y sí, pueden ser peligrosos a no muy largo plazo. Pero qué satisfacción tan grande es saber no solo qué va a suceder, sino por qué. Porque entender la naturaleza es rozar la ciencia desde la raíz del saber popular.

 Pepe Buitrago, zahorí, cabañuelo, y observador de la verdad natural.